Por Pablo Soto para PDC

Terminó el Mundial de fútbol. Para Argentina, tal vez el más vergonzoso de la historia moderna de los mundiales. Apareció lo obvio y algunos refutadores de leyendas que nunca faltan en este evento.

Lo obvio: la aparición protagónica del VAR, esa especie de dios humano de muchos ojos capaz de fragmentar y seleccionar la realidad de un modo inédito para la historia de los medios de comunicación. ¿Hay una muestra más transparente de cómo funcionan los mass media en las sociedades actuales que el VAR? Pero no es tema de esta columna analizar cómo la sociedad pierde capacidad de reacción ante muestras tan evidentes de la organización del sentido común. Es el mago mostrando cómo hace desaparecer una paloma y el espectador insistiendo que es pura magia. Pero, decía, no es tema de esta columna ese análisis. El VAR ha sido, claramente, la gran aparición de este Mundial.

Otra obviedad: la confirmación histórica de que el fútbol se juega en equipo. Las selecciones que más lejos han llegado (y no solo a los partidos finales) fueron equipos más que conjuntos. Esta sutileza terminológica no es menor: el conjunto es una mera acumulación de elementos individuales. Lo que los hace equipo es otra cosa distinta a la acumulación, o varias cosas. Objetivos comunes, comunicación, consensos, disensos, distribución de tareas, aportes equilibrados. Ejemplo de equipo: Perú, ejemplo de conjunto Argentina. Está claro que el resultado no es una condición para definir un equipo: se puede perder o ganar en equipo, en conjunto siempre se pierde, salvo que algún imponderable, vastos en el fútbol, diga lo contrario: centro de Mercado, gol de Rojo. Pero es excepcional.

Otra obviedad: ni la “garra” de algunos jugadores, ni el “aguante” de la hinchada”, ni “copar” calles y estadios, ni “gritar” el himno ganan partidos. Los partidos de fútbol se ganan jugando al fútbol. Aún no existen campeonatos de hinchadas, aunque desde algunos medios los deseen con todo su ímpetu. Un dato: somos los únicos, los argentinos digo, que al himno lo vaciamos de palabra. No voy a hacer una apología nacionalista, ni una reivindicación de los símbolos patrios, no es ese el punto. El punto es que los himnos se cantan como una forma de reivindicar una pertenencia. Recuerdo cómo llovieron críticas a Messi por no cantarlo. Pues bien, pasamos de exigirle que lo cante como muestra de lealtad, a gritarlo como simios en una cancha.  La palabra es importante en un himno. Es cierto, puede alguien alegar que lo que se dice en nuestro himno no representa a nadie, ya. Incluso pueden argumentar que las estrofas del himno son demasiado parecidas a otros himnos latinoamericanos. Hay una opción menos superficial: nuestro himno, a diferencia de otros cuenta con una introducción instrumental extensa lo que dificulta su interpretación completa. Como sea, la palabra en un himno, y no solo en un himno, es importante.

Nosotros renunciamos a la palabra. Emitimos gritos que simulan una melodía. Nos animalizamos, nos autocensuramos la palabra. Gritamos: hacia eso marchan los programas de “debate” deportivos.  Nos asemejamos a una manada anunciando vaya a saber qué. Ese grito patriotero, sin palabras, pretende ser el impulso para que los jugadores ganen el partido. Bueno, no. Animalizarte en la tribuna no garantiza que Higuaín emboque 3 goles por partidos o que Armani te salve de lo goleada como contra Olimpo. Como tampoco levantar la voz en un debate garantiza que tu argumento sea el que se imponga. Insisto, no quiero reivindicar el chauvinismo de cantar el himno para sentirnos más “argentos”. Pero tomemos decisiones humanas: o lo cantamos porque nos representa, o callamos porque no. Eso de gritarlo simulando no tener palabras parece un modo cobarde de escapar a las consecuencias de tomar una decisión clave.

Una obviedad menor: mirar y disfrutar el mundial no te hace idiota; así como reclamar por más derechos sociales no te hace inteligente. Como nunca este mundial se llenó de seres pensantes que indicaron que ver el mundial te quitaría, como por arte de magia, pensamiento crítico. Reducir el futbol a un opio que promueve la evasión de la realidad indica dos cosas, por lo menos: 1) que no conocen ni comprenden el fútbol, 2) que no conocen ni comprenden la realidad. Un sujeto, vale la pena repetirlo, es una superficie multidimensional. Ese compendio de dimensiones o lados pueden complementarse, excluirse, incluso contradecirse. Eso es ser. No existe ya, desde hace tiempo, ese sujeto único, cerrado, impoluto, fijo, inmodificable. Ser es ser de muchas maneras. Por eso puedo disfrutar del fútbol lo mismo que de “Las ruinas circulares” y hallar en ambas expresiones humanas sentidos capaces de conmoverme y de hacerme comprender mejor mi realidad.

Alejandro Dolina, como Riquelme, un intelectual futbolero, escribió: Los Refutadores de Leyendas definen el fútbol como un juego en que veintidós sujetos corren tras de una pelota. La frase, ya clásica, no dice mucho sobre el fútbol, pero deschava sin piedad a quien la formula. El mismo criterio permite afirmar que las novelas de Flaubert son una astuta combinación de papel y tinta. ¡Líbrenos Dios de percibir el mundo con este simple cinismo! 

El fútbol es -yo también lo creo- el juego perfecto.

Hoy que el destino ha querido hacernos campeones mundiales, conviene decirlo apasionadamente.

Lejos de las metáforas oficiales que nos invitan a seguir el ejemplo de nuestros futbolistas para encontrar el destino nacional, yo apenas cumplo con homenajear a Bottaro, a Ferrarotti, a Luciano, a los miles de pioneros atorrantes que impartieron una ética, una estética, tal vez una cultura, cuyo inapelable resultado son los goles superiores, memorables, excelentísimos de Diego Maradona”.

El Mundial nunca es sólo el Mundial. Para el futbolero, es mucho más que fútbol porque es el momento en donde se hace visible que el fútbol nunca es solo fútbol: el fútbol, como otras artes, habla de la vida de las sociedades. Para el futbolero, el Mundial es una especie de revancha, porque es el momento en que puede salir de ese lugar marginal. Su voz y su mirada cobran centralidad. Durante un mes, la voz del futbolero es la que marca el ritmo, el tono y la melodía de las conversaciones. Algunos lo apreciarán, y nunca más condenarán a la marginalidad a ese a ese tipo que no sólo habla de una pelotita y 22 tipos corriendo tras ella. Otros, Los refutadores de leyendas,  no. Pobres de ellos.