La tenista estrella está en boca de todos. Saltó al 1° del mundo con 21 años y se convirtió en el símbolo del tenis femenino. El talento se conjugó con un carisma innato que la convirtió en una de las deportistas más admiradas. Al mismo tiempo, pelea contra sus episodios de depresión y de “ansiedad social” que la empujaron a abandonar el certamen más importante del mundo.

Sin lugar a dudas el 2018 fue el punto de inflexión en la vida de la joven tenista Naomi Osaka cuando se adjudicó el US Open. Apenas tres años después es una de las deportistas más admiradas pero mostró su otro lado y dio que hablar. “He sufrido largos episodios de depresión desde el US Open de 2018 y me ha costado mucho lidiar con eso. Cualquiera que me conozca sabe que soy introvertida, y cualquiera que me haya visto en los torneos se dará cuenta de que a menudo uso auriculares, ya que eso ayuda a calmar mi ansiedad social”, escribió en uno de los fragmentos de la extensa carta que compartió en sus distintos perfiles de redes sociales donde cosechó miles de mensajes de apoyo, entre ellos los del mítico atleta Usain Bolt, el legendario piloto de Fórmula 1 Lewis Hamilton o de la figura de la NBA Kyrie Irving, publicó Infobae.

Osaka es una súper estrella, pero antes que nada es una mujer de 23 años a la que en septiembre del 2018 se le vino el mundo encima para bien y para mal. El US Open de esa temporada fue el primero de los cuatro títulos de Grand Slam que coleccionó hasta ahora (Australian Open 2019 y 2021, y US Open 2020, los otros), pero también el que la puso en un incómodo lugar. Su imagen recorrió el mundo por un hecho ajeno a su gran rendimiento personal. Aquel día, Serena Williams protagonizó un sinfín de polémicas principalmente con el umpire y depositó a la tenista japonesa en un sitio extraño que conjugó alegría y tristeza por igual.

Con apenas 20 años y parada al lado de una leyenda que además era su ídola, Osaka agachó su cabeza durante la premiación más importante de su vida y escondió sus ojos detrás de una gorra lo más que pudo en medio de una silbatina ensordecedora que nadie entendía bien a quién iba dirigida. Las lágrimas no eran de emoción, eran de dolor. “Me sentí un poco triste, porque no estaba muy segura de si me estaban abucheando o si no era el resultado que querían. También soy simpatizante de Serena, porque he sido fan de ella toda mi vida, y sabía lo mucho que la multitud quería que ganara. No sé, estaba muy emocionada allí arriba”, dijo por entonces a la cadena NBC Today como si hubiese sido culpable de un hecho que la excedía por completo.

No es casualidad que Naomi haya marcado ese evento como su punto de inflexión psicológico. El éxito deportivo vino acompañado por la irritación personal silenciosa con pequeños llamados de atención que nadie hilvanó con seriedad. El meteórico ascenso la depositó en el número 1 del mundo apenas cuatro meses después de ese título en Estados Unidos producto de la obtención de su segundo Grand Slam en tierras australianas durante enero del 2019.

El tenis es un deporte solitario, hostil, de éxtasis repentinos y de derrumbes mucho más repentinos todavía. Como ocurre muchas veces, Kvitová no ganó aquel set, lo desperdició una Naomi que había perdido el rumbo inesperadamente. Con lágrimas en sus ojos, puso una toalla en su cabeza y se marchó al vestuario. Superó sus demonios internos deportivos, ganó en el tercer parcial y se apoderó de la copa, pero todavía la esperaba el otro gran oponente: hablar ante los espectadores. “Lo siento, hablar en público no es mi punto fuerte, así que espero poder superar esto”, dijo tímidamente desde el micrófono de la organización para todo el estadio con síntomas claros de incomodidad y ya exponiendo lo que dos años más tarde la empujaría a correrse de Roland Garros para evitar transitar por ese terreno.

Sobre su espalda hay una especial historia deportiva, pero también personal. Naomi es hija de un ciudadano haitiano (Leonard Francois) y una mujer japonesa (Tamaki Osaka), su país natal pero no en el que se formó. Desde los tres años, la familia vive en Estados Unidos aunque ella no se siente precisamente norteamericana: “No necesariamente me siento como si fuera estadounidense. No sabría cómo se siente”. Sus padres se conocieron en la universidad de Sapporo y mantuvieron la relación en secreto hasta que el padre de Tamaki se enteró y “estalló en indignación”, según narró el The New York Times. Escaparon de Hokkaido a Osaka, donde consiguieron trabajo y tuvieron a sus dos hijas (Mari y Naomi) pero finalmente optaron por refugiarse en Long Island con la familia de Francois.

“Vine a Nueva York cuando tenía tres años. Me mudé a Florida a los ocho o nueve y desde entonces entrené allí. Mi padre es haitiano, así que crecí en un hogar haitiano en Nueva York. Viví con mi abuela. Y mi mamá es japonesa. Yo también me agrupo con la cultura japonesa. Si estás diciendo estadounidense, supongo que porque viví en Estados Unidos, también tengo eso”, detalló en una rueda de prensa días antes de ganar su primer Grand Slam. Entre otras cosas, expresó su profundo amor por sus raíces y la cultura japonesa: “Me encanta todo al respecto. Amo la comida. Todo el mundo es muy agradable. Hay muchas cosas sobre Japón que son realmente geniales. Tengo muchas ganas de ir a Tokio”.

En un abrir y cerrar de ojos, Naomi pasó de ser la joven promesa, a una estrella que cosechó casi 20 millones de dólares en premios, que alzó cuatro Grand Slam y se convirtió en una referencia del mundo deportivo con más de 2 millones de seguidores en Instagram y otro millón más en Twitter. Su talento innato para el deporte y su carisma posaron los flashes sobre su cabeza. No es un dato menor lo resonante de su perfil virtual si se tiene en cuenta que la actual 1 del ranking, la australiana Ashleigh Barty, apenas tiene 245 mil seguidores en IG y ni siquiera la popular Simona Halep la alcanza con su millón y medio de fanáticos en esa plataforma. Para ser justos, Osaka es la que más adeptos colecciona en todo el Top Ten por detrás de los 13 millones de la ya mítica Serena Williams y muy por encima de las otras deportistas que ostentan entre los 200 mil y los 700 mil seguidores.