Por Peeme

Alta exigencia técnica, sonido sin amplificar y composiciones populares mas no vulgares dieron forma a una particular tarde de sábado. Daniel Reynozo  y Mario Sesto presentaron en el Ceret  “Música de América”, un concierto de guitarra clásica que recorrió obras de compositores latinoamericanos. Además de la música interpretada por estos guitarristas, Juan Carlos Montiel realizó una exposición sobre la vida y obra de la multifacética artista chilena Violeta Parra.

La apertura estuvo a cargo de Mario Sesto quien interpretó dos valses  del compositor paraguayo Agustín Barrios. Uno de los momentos destacables de la presentación de Sesto fue la interpretación de “Cielo abierto”, un candombe de Quique Sinesi: melodía, ritmo, percusión, cuerda, madera se conjugaron en una gran armonía para sugerir que la guitarra es el instrumento que es todos los instrumentos. Sesto intercaló la música con pequeños intervalos en los que aportó datos de los autores de las obras y detalló características musicales de las composiciones que mostró, lo que tuvo una muy buena recepción en el público que pudo experimentar una apreciación técnica y estética más cabal de la música. Otra cosa dejó Sesto en el aire, además de la música. La estrecha relación que el guitarrista tiene con sus manos.

Las manos del guitarrista son una parte más del instrumento. Las composiciones deberían llamarse “composiciones para guitarra y manos” para enfatizar el carácter artesanal de la música. Las manos del guitarrista son el instrumento. La conexión del músico con sus manos, el modo en que las ejercita antes y luego de pulsar, raspar o golpear cuerdas y maderas es como la afinación de la guitarra. Hemingway narra en “El viejo y el mar” el vínculo profundo que tiene el viejo pescador con sus manos a las que reconoce en sus virtudes e inconveniencias. La lucha que el viejo sostiene por gobernar sus manos mientras lucha contra el pez más grande jamás pescado por él. Las manos del viejo se mojan, se secan, se resquebrajan, se duermen, se laceran, se acalambran, se endurecen, sufren, gozan. El viejo les habla, les recuerdo pasados gloriosos, les grita, las insulta, las trata con ternura y resignación. El viejo conoce y regula la fuerza, presión y sensibilidad de la mano, conoce cada movimiento que  debe hacer sobre el hilo, contra el pez.  Es que para el pescador, igual que para el guitarrista, las manos son el instrumento.  Acaso  un guitarrista transite mares de sonido mientras interpreta una composición, en lucha constante pero también en un idilio único con su instrumento y su música. El viejo termina por matar al pez pero reconoce en él su igual, su complemento. El músico terminará por interpretar esa composición, hacerla salir a la superficie, en lucha pero en complemento con su instrumento.

El acervo de música latinoamericana suele circular por otros ámbitos y suele estar asociado a lo festivo o a lo emocional. Pocas veces oímos hablar de música latinoamericana como música clásica, adjetivo que reservamos para sonidos de otras regiones. El concierto de guitarras de Reynozo y Sesto nos dice otra cosa. Latinoamérica posee sus propias composiciones, clásicas ya, por sus temas, sus reivindicaciones, su complejidad técnica y por la expansión de los límites instrumentales que logran sus autores, tan bien representadas estas características por los discípulos del maestro Alberto Morelli.  Pero creo que hay un dato más: la vinculación insoslayable con lo popular, de allí vienen estas composiciones y hacia allí fluyen. Lo que podría ser considerado un espacio de alta cultura es apropiado por la cultura popular, por la alta cultura popular.

Una vez que Sesto terminó su presentación, y a modo de intervalo,  Juan Carlos Montiel realizó una breve exposición en la que recorrió parte de la obra pictórica y escultórica de Violeta Parra. Acompañado por proyecciones, Montiel hizo un muestreo del trabajo de la artista chilena en esculturas de papel mache, bordado en bolsas de arpillera y pintura al óleo. También leyó fragmentos de las canciones más emblemáticas de Violeta,  lo que suscitó una participación activa del público.

Luego de la exposición de Montiel sobre Parra,  llegó el momento del profesor Daniel Reynozo que dedicó su presentación casi completamente a las composiciones para guitarra de Violeta Parra. Al igual que Sesto, Reynoso abundó en las condiciones técnicas de las obras destacando señalando el carácter innovador y autodidacta de la creaciones de la chilena, quien supo hacer confluir el arte popular con las más altas complejidades compositivas. Así se sucedieron Tema libre N° 1, Tema libre N°2, El joven Sergio, Tres cuecas punteadas y la Anticueca N° 1. Mixtura entre guitarra y arpa, melodías onduladas pero filosas, tensas alegrías, ásperas dulzuras, abruptos finales y una constante referencia popular hicieron de este momento el más emotivo de la noche. El final, con el clásico Run-Run se fue pa'l norte, hizo que este rescate de la obra clásica de Violeta nos recuerde que nada hay que rescatar, porque nada hay perdido. El público pidió bises, y Reynozo cerró la noche con Plegaria a un labrador,  de Víctor Jara,  coronando su presentación de música clásica popular.

La ciudad, un sábado a las 19 horas, suele ofrecer una paleta sonora dura, fría, austera. Dos hechos rompieron ayer esa monotonía y cambiaron, siquiera por algunas horas, la vibración del aire comodorense: una furiosa y asonante marejada que  se precipitó sobre la costa y el concierto de guitarra clásica de Reynozo y Sesto. Podría parecer que esos hechos pertenecen a distintos órdenes  mundanos. Prefiero creer que no.

Santiago, el viejo pescador de Hemingway, pensaba que la mar (sí, en femenino, así la concebía el viejo) era dulce y hermosa, pero si se encolerizaba  podía ser cruel.  Las composiciones interpretadas por Sesto y Reynozo fueron dulces y hermosas, pero fueron crueles también.

Prefiero creer que el revulsivo fondo del mar que percutaba sobre  la ciudad y las vibraciones del concierto son un solo cuerpo, un mismo cuerpo rítmico y armonioso que camina la ciudad estallando, a veces, en alguna piedra o en alguna guitarra, para que veamos de dónde venimos.