El tigre nunca anda en junta. A pesar de su solitaria vida, se alimenta de la mejor presa. No necesita ayuda. Se la rebusca. Esa característica vio un icónico entrenador del boxeo local en Héctor Saldivia, quien se retiró de la profesionalidad hace un año y, el mes pasado, fue noticia por la dura carta de despedida que publicó. Al tigre lo dejaron aún más solo, pero su fiereza sigue intacta fuera del ring, porque los objetivos de su vida no se encierran en 12 rounds.

Por Facundo Paredes 

Ambos son tanos. Uno nació en la poderosa Turín y el otro surgió del humilde -ahora ya no tanto- pueblo de Maranello. Sólo los separa un poco más de 300 kilómetros dentro de la bella Italia, aunque la historia los une desde sus surgimientos hasta la actualidad. Fiat y Ferrari son hermanos, uno tiene la voz de mando y el otro obedece. Sin embargo, no fueron creados por el mismo progenitor ni con el mismo propósito, ya que uno es de turismo y el otro deportivo. Por eso, en una supuesta carrera con sus clásicos en pista, el auto mayor le mira el caño de escape a la Ferrari.

“Nosotros éramos un Fiat 600 contra una Ferrari”, simplifica Héctor Saldivia, el último gran boxeador comodorense que colgó los guantes -de manera profesional- en el 2018, refiriéndose a la abismal diferencia que sufrieron en el exterior en cuanto a preparación y organización.

El exitismo, presente en todas las materias, puede llevar a su cuestionamiento. Que vio la lona en las peleas internacionales. Que no fue campeón mundial. Que su entrenador es un tipo polémico. Que, que y que. Y que, valga la redundancia, hasta es válido. La razón no se encasilla en la subjetividad. Pero lo que pocos saben, es que el “Tigre” Saldivia nunca dejó encerrarse dentro de la jaula y salió con sus garras, en forma de guantes, a devorarse el maltrato y la poca solidaridad por parte de los que sí tienen los recursos. El 19 de mayo de este año, Saldivia publicó una carta de despedida en su cuenta personal de Facebook, donde expresó “… es difícil la vida después de lo competitivo, pero más difícil aún es ver que todo lo que logré en 20 años a muchos no les interesa, que no te reconozcan nada y te dejen tirado como lo hicieron conmigo. Es muy triste. Hoy, analizando y considerando todo lo que tengo para aportar en esta sociedad, no sólo en lo deportivo, sino también en lo social, con todo el dolor del mundo, me veo obligado a decir adiós…”.

  • ¿Cómo fue el proceso de la carta?
  • No fue de un día para el otro. Fue algo que venía armando por las cosas que tenía en mi cabeza. Mejor dicho, que me metieron en mi cabeza. La carta fue la explicación del maltrato que me tocó vivir post competencia, conté cómo se lo deja tirado a un deportista. Más que nada, me tocó mendigar un trabajo, que hoy por hoy gracias a dios lo tengo y con un sueldo digno para vivir. Después toqué un montón de temas, como por ejemplo los chicos que entrenan, estudian y trabajan, y no tienen el respaldo que realmente se requiere. Es difícil pensar que por ahí un delincuente tiene más respaldo que un chico que hace las cosas bien, ¿no? Después somos los primeros que nos quejamos cuando los chicos delinquen, cuando roban y cuando se drogan. No hay premio para los que se portan bien y tampoco hay castigo para los que se portan mal.

  • A lo largo de tu trayectoria resaltaste el deseo de trabajar con los chicos, diste charlas motivacionales, entre otras actividades. ¿A qué debe? ¿Por qué nace este acompañamiento más cercano?

  • Lo hago viendo al futuro. Hoy vos me preguntas si me interesaría lo competitivo y te respondo que no. Mañana no sé. Y te lo digo porque yo lo viví en carne propia, sé que hoy no están las herramientas para llevarlo al chico a lo máximo. Capaz que mañana aparece un chico que te mueve el piso y decís “a este lo llevo”. O no. O lo entrenás para un par de peleas y le decís que saque pasaporte. Andate. El boxeo en Argentina, no sólo en Comodoro Rivadavia, no es rentable. Yo siempre lo digo, me saco el sombrero con “Maravilla” -Martínez-, Maidana y Matthysse. Ellos, automáticamente, hicieron los contactos, emigraron y se fueron a Estados Unidos, donde realmente está el boxeo grande, la pantalla grande y el dinero grande. Acá, lamentablemente, no tenemos la suerte de tenerlo. Por eso estoy dolido y, a la vez, me gusta enfocarme con los chicos porque sé que puedo aportar mi granito de arena. No es mucho, pero es un granito. Hoy, ellos me ven como un referente. Mañana capaz se olvidan. Pero como recién terminé con esto, sé que me van a escuchar. Que cuatro chicos de diez capten lo que uno les trasmite no tiene precio.

  • Además, ya sos padre. Te tira eso. ¿No?
  • Tengo mi nena que cumplió 6 años a principio de mes y miro para arriba, y me pregunto: “¿Qué le estamos dejando?”. Es terrible. Una gran parte del país es desastrosa. Creo que en vez de trabajar con los chicos hay que hacerlo en frente de ellos, porque no faltan entrenadores, sino formadores. No se tienen que enfocar sólo en el deporte, también en la persona. En un gimnasio no pretendés que todos sean boxeadores, lo que sí que sean personas de bien. Y más en este deporte que es tan complicado, porque les enseñás a lanzar golpes. Le estás dando dos armas, entonces, si salen a la calle y no tienen conducta, hacen desastre. En Comodoro hay un potencial terrible, no sólo en el boxeo, se puede ver en el fútbol, el handball, pero no hay gente que les guíe un camino. Hay grandes ejemplos en Argentina como Monzón, Bonavena, Maradona en el fútbol, que triunfan en el deporte, son los mejores, pero fracasan en la verdadera pelea, que es la vida. Lo que hacemos nosotros es un paso, después continúa la vida, cuando ya sos padre, esposo. Ahí ya no podés fracasar. Por eso la mayoría tropieza, porque no hay un guía. Es muy triste.

  • ¿Desde que eras boxeador tenías este pensamiento? ¿O lo desarrollaste en el último tramo, sobre el retiro?
  • Lo digo con humildad, logré nueve títulos, representando a mi barrio, a mi ciudad, a la provincia y en ocasiones a la Argentina. Pero siempre me enfoqué en la vida misma porque consideré que lo que yo hacía era solo deportivo, más allá de que uno quiere triunfar y ser el mejor. Y también cabe la posibilidad de perder. Pero en la vida, no. Hay que ser ganador. Más que nada en el sentido familia. Si formas una familia no te encargues de destruirla, como lo han hecho varios deportistas. El deporte es de acá hasta acá -señala con ambas manos sobre la mesa-, después ya viene lo verdadero. Los hijos aprenden de las acciones. Y eso también lo viví en lo deportivo, sabía que muchos chicos me miraban. Por ejemplo, aunque no tiene nada de malo, yo nunca pisé un boliche bailable.

  • ¿No?
  • No sé lo que es la noche. No lo hice por el deporte, sino porque nunca me llamó la atención. No estaba en mí. Tampoco sé si vendrá de familia o de mis padres. Aunque, repito, no tiene nada de malo, pero es raro en un boxeador.

  • En la jerga se dice que el boxeo es un deporte sano con personas malas…
  • Tal cual. Justamente faltan más formadores para que se encarguen de inculcar los valores. Otra, la mayoría se hace boxeador para salir y pelear en la calle. Tengo 86 peleas entre amateurs y profesionales, pregúntame cuántas veces peleé en la calle…

  • ¿Al boxeo lo encontraste o fue una necesidad?
  • Lo descubro a los 15 años. Siempre me incliné por el lado de la mecánica, estuve metido entre el taller y los fierros desde chiquito. Y cuando arranqué con el boxeo, me olvidé de todo -ríe-. Nunca me imaginé ser boxeador, tampoco es que tengo antecedentes familiares ni amigos vinculados al boxeo.

  • Muchos boxeadores se alejaron del boxeo luego de su retiro. Y hasta declararon que lo llegaron a odiar por el negocio que hay detrás entre los promotores, las apuestas y demás. Un ejemplo es Tyson, que ahora es actor y canta en obras. Otro, más terrenal, es Víctor “Cococho” Godoi, el único campeón mundial que tuvo Comodoro Rivadavia. ¿Por qué vos seguís arraigado a la disciplina? Después de lo que pasaste, seguís insistiendo…

  • Primero y principal, el boxeo se convirtió en una pasión. Es algo como que se te mete en la sangre y no lo podés sacar. No sé cómo serán los otros casos. Por ahí me pongo a pensar y es verdad que hay muchos boxeadores que dicen que es un deporte sacrificado, que no tenés que tomar ni salir de joda. Para mí nunca fue un sacrificio, siempre lo hice con gusto. Me retiré, pero sigo entrenando. No me dieron la oportunidad de seguir involucrado en esto, pero yo sigo yendo al gimnasio. Quiero estar bien para el día de mañana por mi nena, que ella me diga “papá, vayámonos al parque o a correr” y yo la siga.

“¿Tenés mamá? ¿tenés papá?”, fueron las dos primeras preguntas que Robinson Zamora, entrenador y suegro del Saldivia, le consultó a Héctor hace 20 años, cuando lo apartó de los entrenamientos, porque veía que el “Tigre” iba un segundo más adelantado que el resto de sus compañeros. “Te propongo una meta, ¿querés ser campeón?”, fue la tercera. Saldivia, descolocado, respondió que sí. Arrancó a entrenar y no paró más. Tanto que ganó nueves títulos -2 nacionales y 7 internacionales-. Pero hoy, ya retirado, va por el triunfo de la pelea más dura: la vida misma.