Cuando habla se le hace un nudo en la garganta. Los ojos dicen el resto y el final de la oración lo explica todo. Jorge Yapura aún recuerda en su retina aquel 12 de diciembre de 1980 en que vio a Maradona en el Estadio Municipal de Comodoro Rivadavia. Tenía solo 12 años, pero sabía que algo grande estaba pasando, tal como sucedió en toda la ciudad. Es que el muchacho que la rompía en Argentinos Juniors ya era la máxima promesa del fútbol argentino, y solo faltaba tiempo para su coronación mundial.

“Cuchu”, como lo conocen sus amigos y los futboleros, recuerda con lujo de detalle esa tarde, y también como la alegría se convirtió en tristeza, ya que tres días después de esa histórica y querida imagen, su viejo murió.

“Me acuerdo que llegué del estadio y le comenté que venía contento, por el Diego, la foto, pero la alegría me duró poco porque fue de la euforia a la tristeza. A los 3 días le dio un paro a mi viejo y murió, y yo me quedé con eso. Por eso cuando apareció la foto lo primero que me acordé fue de mi papá, y que yo le había dicho que me saqué la foto con Maradona”, dice Jorge al sitio ADNSUR.

Yapura vive en Laprida, el barrio donde creció y al cual volvió hace tres años, luego de haber vivido en Kilómetro 8 y en el norte del país. Cuenta que siempre fue futbolero, en un barrio donde se respiran las tradiciones catamarqueñas y el club es el lugar en el mundo de muchos.

Hijo de padres norteños, recuerda que su papá vino a Comodoro después de hacer la colimba y con orgullo cuenta que toda su vida trabajó en YPF, la petrolera estatal que nació en la ciudad, dando inicio a la historia del oro negro en Argentina.

Sin embargo, por cosas del destino, don Yapura encontró el amor en su Catamarca natal, y luego se radicó en Santa Cruz, donde la empresa lo trasladó.

Precisamente en esa provincia nació Jorge y su hermana melliza, aunque él se siente comodorense, ya que creció en la ciudad.

Cuando Diego vino a Comodoro con la Selección Argentina, Jorge tenía solo 12 años. Eran otras épocas, y ya trabajaba vendiendo diarios y repartiendo pan y cosas dulces que hacía la panadería La Galaxia, aquella que todavía existe en Laprida.

A la distancia, pero con sus ojos de niño, Jorge recuerda ese día como si fuese hoy, y lo cuenta con lujo de detalle. “Me acuerdo que ese día salí a las dos de la tarde a vender. Saqué un canasto con pan dulce, budines y alfajores y me fui a recorrer el barrio. Vendí todo y me acordé del partido. Dije ‘me voy o no me voy’. Y me fui a la casa de Ofelia, saqué otro canasto y fui por el cerro, porque tenía miedo de cruzarme con pibes grandes y que me roben todo”.

Jorge recuerda que cuando llegó al Estadio era un mundo de gente. “Estaba lleno de milicos” y no lo dejaban entrar. Sin embargo, se quedó afuera y vendió todo lo que tenía en un ratito. Pero él quería más. Por supuesto, quien quiere mirar un partido desde fuera si puede estar adentro. Así, una vez que escondió su canasto debajo de unos tamariscos saltó el paredón del Estadio y burló la seguridad.

Jorge miró todo el partido al lado del alambrado. Cada vez que se acercaba un policía se iba un poco más lejos por temor a ser descubierto. Entre tanta vuelta y vuelta, se dio cuenta que había un agujero por donde podía entrar al campo de juego. Y en ese pequeño pedazo de tierra depositó todas sus esperanzas, hasta que terminó el partido.

“Me acuerdo que vi todo el partido ahí, y cuando terminó me metí a la cancha por un agujero que había en el alambre. Ahí voy y encaró a Diego, él me da un beso y me saluda, y justo apareció el chico sacando las fotos y Diego posó conmigo. Así que me sacaron la foto. Yo ya era campeón mundial”.

Jorge admite que luego se sacó otras fotos con el 10. Recuerda que con el trofeo en su corazón volvió a su casa y le contó a sus padres, pero no le creyeron, algo que le pasó toda la vida, hasta el año pasado.