"Pocho" Portalau, el anómalo patagónico
En una región tan conservadora, pateó la pelota para otro sector. Las miradas las recibió desde su primera locura. Algunos creen que es una payasada, él lo define como un método. Los resultados están a la vista, no por nada es el único entrenador chubutense que ascendió a cuatro equipos de la provincia. “Olvidarme de mi rutina y sentirme liberado al fin. Ver la tierra bañada de sol, respirar aire en las alturas y llenar el cuenco de mis ojos con lo más frágil de la locura”, dice la canción de La Renga…
Por Facundo Paredes (Dom - Diario Crónica) | Fotos: Carlos Álvarez
Seis truchas. El resto no pescó ninguna en diez horas de travesía. Los únicos que cazaron su cena fueron Orlando Portalau, Cristian Quesada, Adrián Donnini y el resto del cuerpo técnico. Los otros cuatro grupos, integrados por los jugadores de Deportivo Madryn, no tuvieron la misma habilidad con la caña. Otro campo de juego. No servía el amague ni una fuerte ejecución al ángulo. La actividad requería de otras virtudes, las cuales los futbolistas no estaban acostumbrados a relucir. Chau zona de confort.
Esto sucedió un día de pretemporada en Los Antiguos, pueblito santacruceño de 3.500 habitantes. Semanas previas, el entrenador “Pocho” Portalau le dijo a su ayudante de campo y a su preparador físico que “no iba a alcanzar para ascender”. Portalau vio que sus dirigidos no tenían la suficiente fortaleza mental para afrontar dicho desafío. Por ende, aquel plantel del “Aurinegro” viajó al campo, tierra totalmente incomunicada, para trabajar triple turno por catorce días.
“Fuimos a un albergue municipal, donde tanto el jugador como el cuerpo técnico tuvo que hacerse de comer, limpiarse su ropa e ir a entrenar en forma de tareas comunitarias. Por ejemplo, el Grupo 1 cocinaba el almuerzo para todos, el Grupo 2 lavaba, el 3 preparaba la cena y el 4 limpiaba las habitaciones. Todo de forma rotativa. El cuerpo técnico trabajó con los mismos niveles de exigencias que los futbolistas. Fue la única que vez que Deportivo Madryn salió afuera a hacer una pretemporada en veinte años de profesionalismo. Primero tuvimos que convencer a los dirigentes, luego partimos con todos los víveres sin decirles a los jugadores a dónde íbamos. Se lo dijimos cuando llegamos a Los Antiguos, se querían matar”, comienza contando Portalau…
- ¿Ninguno se reveló?
- Los referentes. Estaban acostumbrados a los hoteles cinco estrellas. Al tercer día vinieron a mi habitación, se querían ir. Ya me veía venir el boicot. Yo les dije: “nos volvemos, no hay problema, pero los van a echar”. Les preparé un mate y empezamos a tomar. Aunque estaban resistidos, los convencí. La cancha del pueblo tenía un césped holandés, la conocía porque fuimos con Huracán. Increíble.
- ¿Qué tipo de actividades tenían que hacer?
- Los largábamos a las 9 AM con un pan, agua, una caña de pescar y una cámara para que filmen todos los ejercicios, así corroborábamos que no nos chamuyen. Tenían que estar todo el día en el campo. Por ejemplo, una de las tareas era buscar ramas para construir una especie de camilla, ir al cerro, calentar agua en un tarro y traerla hervida. Otra era cruzar el río con un herido. Y, después, pescar su propio alimento. Los recibíamos en el campamento base a las 19 ó 20 horas. Nosotros teníamos a Quesada, que es de Gobernador Costa, por ahí, y pescaba en el Río Corcovado, la tenía clarísima -ríe-. Los jugadores empezaban a bajar y no tenían ni un solo pescado, cagados de hambre y recalientes. Al otro día tenían descanso y así sucesivamente. Dos semanas a full. Cuando volvimos a Madryn volábamos, invictos 12 partidos, fueron todos triunfos, de local y visitante, seguidos. Estuvimos a uno de sacarle la marca al San Lorenzo de Pellegrini, que tenía 13. Ese año ascendimos al Torneo Federal A. Le ganamos la final por 4 a 0 a Estudiantes de Río Cuarto. Espectacular.
- ¿Cuál fue el secreto?
- Los directivos aceptaron todo lo que les pedimos. Todo. Invirtieron. Y nosotros tuvimos la gran delicadeza de conformar un grupo tan, pero tan fuerte, que si traían a River le podíamos jugar de igual a igual. Desde el primer minuto los jugadores se convencieron de que sí podíamos ascender. Fue la fortaleza mental.
Dicen que el futbolista examina al director técnico y le basta sólo 15 segundos para saber qué tipo de entrenador tiene en frente. Lo mide. Ahí está el desafío más grande de un DT, el convencimiento. Podés tener todo el conocimiento de las tácticas, los esquemas y el funcionamiento dentro del campo de juego, pero si no le “llegás al jugador”, hasta pronto. Sin dudas que Portalau lo logró y lo sigue logrando. El caso de Deportivo Madryn no fue un hecho aislado. El “Pocho” es el único director técnico chubutense que ascendió a cuatro equipos de la provincia: Comisión de Actividades Infantiles (como preparador físico de Marcelo Fuentes, del Argentino A al Nacional B), Huracán (del viejo Argentino C al B), Deportivo Madryn (del Argentino B al Federal A) y Florentino Ameghino (del Argentino C al B por una invitación, dado que fue la mejor campaña que disputó, hasta el momento, el CAFA).
Actualmente, Portalau no dirige ningún club, pero comanda una consultora. Es decir, un grupo de directores técnicos, preparadores físicos y psicólogos sociales y deportivos, en la cual intervienen en las instituciones que requieran sus servicios. Se centran en los conflictos dentro de un grupo, trabajan sobre situaciones de convivencia y capacitan a los cuerpos técnicos. Si bien se especializan en el fútbol, por toda la experiencia vivida, también ejercieron -y ejercen- su labor en Comodoro Rugby Club y en Gimnasia y Esgrima, el máximo representante de la Liga Nacional de Básquet.
- ¿Cómo es el proceso del trabajo?
- Primero hacemos un diagnóstico en el lugar. Vemos en qué realmente están trabados. A partir del análisis, diagramamos una estrategia con un lapso de tres meses para cambiar el conflicto. Hemos cometido errores y hemos aprendido sobre la marcha, pero lo más importante es que en todos los clubes en donde trabajamos, nos volvieron a llamar. Te doy un ejemplo, en Gimnasia estuvimos el año pasado y este año volvimos. Eso quiere decir que tanto los jugadores, cuerpo técnico y dirigentes estuvieron a gusto con la intervención y la devolución. Ahora firmamos contrato con la Liga de Desarrollo, ya que vienen muchos chicos de afuera y tienen otra cultura, otra idiosincrasia. En ese plantel hay jugadores de Cuba, Uruguay y Ecuador, también del interior de Argentina. Como ellos sólo se dedicaban a jugar, nosotros construimos un espacio para que se sienten a interactuar, compartir momentos y armar un vínculo entre todos los compañeros, más allá del básquet y el juego en sí. Es como un laboratorio, nos manejamos dentro de un encuadre.
- Te pido un ejemplo así queda más claro
- La primera etapa es vinculación y confianza. Una vez que tenemos eso, empezamos a observar que vectores hay que reforzar. En el equipo vimos que no había colaboración, entonces hicimos juegos. Uno consistía en ir de una línea a otra, pero sólo podían caminar tres de doce. Es una metodología de solución de problema. Notamos que la cooperación estaba, pero no tan presente. Otro vector fue la comunicación, se hablaban entre grupos, no existía una comunicación completa. No tiene que ser verbal, sino con el movimiento corporal ya te das cuenta que vas a hacer un pase o una asistencia. Nadie lo entiende hasta que lo ve. Los dirigentes no estaban convencidos, pero cuando lo experimentan es otra cosa…
- ¿Este tipo de trabajo se puede llevar a cabo en el fútbol? Ya que es un deporte muy egocéntrico y orgulloso, que lo tiene que tener, pero todo exceso es malo.
- Cada deporte es diferente. El básquet tiene la mente mucho más abierta que el fútbol, que la tiene más cerrada, aunque la nueva camada sea más receptiva. En cambio, el rugby es un intermedio, ni muy abierta ni muy cerrada. No te voy a contar los casos por ética profesional, pero sí te puedo dar ejemplos. Nosotros nunca imponemos, sí seducimos. Desde la seducción podemos llevar al técnico de fútbol a que decida con más herramientas. Nosotros nos conformamos que tome un 20% de nuestro concepto, sino le gusta el 100%, está perfecto, que agarre lo que necesite. Si le dejamos algo nuevo, totalmente desconocido, nuestro trabajo se cumplió. Ahora estamos trabajando en Jorge Newbery y Deportivo Portugués, vamos una, dos o tres veces por semana para auditar, capacitar y preparar ejercicios. Acá no hay una verdad absoluta, ni en el fútbol ni en la vida. Sí hay verdades relativas, por ahí hoy es verdad y mañana es otra cosa. Tratamos de mantener un grado de intencionalidad y humildad.
Si el ascenso de la Comisión de Actividades Infantiles no fue lo mejor que le pasó al deporte comodorense, pega en el palo. Portalau, siendo un pibe, aprendió, proyectó y concluyó su tarea en el “azurro” como preparador físico de Marcelo Fuentes, la cabeza del grupo.
- ¿Tenías conciencia de lo que fueron construyendo con la CAI?
- Caí en el momento justo y en el lugar indicado. Teníamos un plantel muy juvenil que era dotado técnicamente, pero que faltaba prepararlo. Fuentes vino y nos formó a todos. Yo tenía 26 años, había llegado hace muy poquito de Buenos Aires, de la Universidad de Flores, estaba muy verde. La presencia de Marcelo cambió todo, los jugadores volaban al límite de lastimarse, pero como eran tan jóvenes no sufrían daño. La planificación de ese torneo fue excelente, súper estudiada, una logística hermosa. Fuimos el equipo que recorrió más kilómetros. Por ejemplo, una vez partimos hasta Tucumán, pero antes paramos en la filial de la CAI que tenía en Trelew, hicimos táctico ahí y a dormir, luego seguimos el viaje, nos quedamos en otro lugar y lo mismo. Después volvimos, todos a una pileta para la recuperación y al otro día entrenamiento. Los colectivos tenían camas, los jugadores no iban sentados, cada uno se tenía que llevar una almohada. Terrible. Estaba todo programado. Con la CAI nos profesionalizamos.
- Además de los logros deportivos que cosechaste, ¿qué fue lo mejor que te dejó el fútbol?
- Los jugadores de los equipos que he pasado me siguen mandando mensajes para navidad. Eso no tiene que ver con el resultado, sino con el vínculo que uno formó. Martín Subiabre, mi capitán en Huracán, me llamó un día porque se le explotó una hernia a las dos de la mañana, salí de mi casa y me fui al hospital. Me quedé tres días con él, mi familia ya sabe que me desligo por mis jugadores. Por eso en estos tres años no he agarrado ningún club, porque quiero estar con mi familia. Ese vínculo sano con el jugador queda para toda la vida, no se borra ni con un campeonato ganado o perdido. En Huracán hicimos lo mismo que en Deportivo Madryn, pero no conseguimos el ascenso. Sin embargo, los ex dirigidos míos me siguen llamando.