De mitos y mitómanos
Por Pablo Soto para Pasta de Campeón
El partido de Argentina contra Brasil del martes pasado por la semifinal de la Copa América es el primer capítulo del mito fundacional que los jugadores necesitaban, los nuevos. Y el de Chile es la jugada del destino que permitirá o no, confirmar el mito. Borges, Tadeo Isidoro Cruz y la nueva Selección Argentina.
Todo acto de heroísmo tiene su mito fundacional, pero no todo mito fundacional es glorioso. También, todo acto heroico se cierra de forma trágica: el héroe ha conocido la cima del mundo y el destino (ese imponderable que algunos llaman vida. otros poesía, otros fútbol) lo hace mirar hacia abajo. Se sabe, cuando estás alto no hay que mirar para abajo. Sobreviene el desequilibrio, el vértigo y el final. Nuestro héroe del rock lo explica fácil: “tuve el mundo a mis pies, y no era nada sin ti”. El problema es mirar para abajo. El problema del héroe. Pero no es del ocaso de los ídolos sobre lo que quiero hablar, sino de otro momento: el momento en que un héroe, aún sin saberlo, comienza a serlo. El partido de Argentina contra Brasil del martes pasado por la semifinal de la Copa América es el primer capítulo del mito fundacional que los jugadores necesitaban, los nuevos.
No hace falta la historia para saber del héroe: su biografía, las circunstancias azarosas que lo ubican en un lugar y en un tiempo son intrascendentes: los árboles que olió, las calles que caminó, los sueños, las lastimaduras, los amores, los trofeos o tapas de revista nada dicen del héroe. Tampoco la eternidad es propicia al héroe: el progreso lo desdeña. El héroe es la encarnación de una chispa de presente que insufla en el alma de los mortales simples la sensación de vida. El héroe es un momento fundamental que significa su pasado tortuoso y su futuro derrape.
El mito que funda al héroe tiene una prehistoria: la de la derrota. Cuando vence, y trastoca el orden natural del mundo, vale decir, cuando se torna héroe experimenta el rayo de la memoria: gloria, sí, pero derrota antes, y caída vertiginosa después. Estos jugadores que componen la nueva selección argentina iniciaron contra Brasil, y sabe Zeus si lo confirmarán, el camino del héroe.
En “Biografía de Tadeo Isodoro Cruz”, Borges traza el contorno del héroe nuestro. Perdedor, perseguido, bravo, valiente, ético, ingenuo, marginal, rebelde. Toda la historia de Tadeo es la historia general del heroísmo nuestro concentrada en un hecho, en un momento: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Tadeo Isidoro Cruz es un eslabón de circunstancias azarosas y contradictorias, no tiene en su vida hitos rescatables: ha sido gaucho al servicio de ejércitos dispares, prófugo, luego simple padre de familia, más tarde sargento de policía, acaso privilegiado en un mundo sin privilegios. Su destino parecía sellado, salvo por un detalle (los detalles son la esencia del heroísmo): su destino le mostro otra cara de sí mismo, o en realidad le mostró su propia cara. Tadeo, al mando de una tropa policial, es enviado a apresar a un delincuente. Tadeo halla al delincuente. Tadeo y la tropa que guía intentan apresar al delincuente. Pero el destino se revela, como se revelan las cosas que somos en los sueños. El delincuente lucha: valiente, bravo, se resiste a ser detenido, niega el orden que lo persigue. Y Tadeo ve en ese delincuente a él mismo. Entonces comete, tal vez, el acto de heroísmo más grande de la literatura argentina: abandona a las fuerzas de la ley, del poder, del privilegio y se pone a pelear codo a codo con el prófugo. Vencen y nace el héroe. Borges lo dice mejor: “Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados junto al desertor Martín Fierro.”
No hay un solo tinte claro en ese heroísmo: todo es oscuridad, sangre, dolor, pérdida. Porque no lo hay en ninguno. Se dice que Agamenón, el rey griego, antes de emprender la campaña militar que lo llevaría a conquistar Troya sacrificó a su hija Ifigenia para que la diosa Artemisa permitiera navegar las naves que movilizarían a su ejército a la heroica contienda. En fin, no parece haber heroísmo que no tenga sus oscuridades de fundación.
Durante los últimos, digamos 15 años, la Selección argentina se narró al revés: se inventaron héroes y destinos heroicos antes que las circunstancias heroicas. El relato que enaltece a los llamados “históricos” operó sin sustento heroico por narrar. Construyó modelos, los perfeccionó, los idealizó. Incluso los llamó héroes sin serlo. No porque no tuvieran pasta para ello, ya dijimos que las biografías personales no determinan el heroísmo. No fueron héroes porque actuaron siempre desde la victoria, desde los logros individuales, desde lugares de privilegios, desde el poder: instalaron y no cuestionaron un orden de cosas, instalaron comodidades, luces y estrellatos. No se fundaron como héroes, fueron nombrados héroes.
Pero ya sabemos que la cosa no funciona así. Sin estructura narrativa fundacional que los sostenga, cada acción de estos falsos héroes era la confirmación de su mediocridad, de su mundanidad. Porque son las acciones las que definen al héroe y no su idea. Los llamados “históricos” no tuvieron nunca una historia que los sustente como héroes. Oportunidades no les faltaron (las 3 finales perdidas denota cierta terquedad del destino), pero llegaron a esas oportunidades con los tatuajes de una gloria obtenida antes, cómoda inverosímil. Acatar el destino que se lleva adentro, eso hicieron los jugadores de la Selección contra Brasil.
Eso empezó a cambiar con el partido de semifinal de Copa América contra Brasil. Ese partido marca la situación inicial de un relato de heroísmo. Están en ese partido los rasgos necesarios: la valentía de Lautaro, la fiereza de Otamendi, la rebeldía de Messi, la ingenuidad de Foyth, la inconciencia de Pezzela, la bravura de Acuña, la derrota de todos. Y como si esto fuera poco, la injusticia teológica contra la que se rebelan los héroes: el VAR que ya sabemos cómo y para qué funciona. Ese partido es el mito fundacional del heroísmo que necesita la Selección, es el salto de Cruz al lado de Fierro. Como hacía tiempo, un partido de Selección no mostraba esto: un grupo de jugadores derrotados o en vías de serlo, rebelándose, luchando, codo a codo; un grupo de jugadores (no estrellas, no héroes en sus clubes, no modelos mediáticos) usando la adversidad para ver, por fin, su destino de héroe. Una derrota a partir de las cuales se fundan héroes. Y como para confirmar la idea, el destino se la juega y nos manda a Chile (el verdugo de estos últimos 15 años junto con Alemania). Nos manda a Chile en un partido que no se juega nada, vale decir, se juega el destino heroico de la Selección nueva. El destino pone para estos pibes las mismas circunstancias que puso para Tadeo Isidoro Cruz. Cruz comprendió, ojala estos pibes también.
Ahora sí, este partido hay que ganarlo. Si es verdad que los héroes nacen del barro de la derrota no es menos cierto que se hacen con sucesivas batallas ganadas, hasta la definitiva. Esta es la primera gran batalla de nuestros jugadores. Ya no hay históricos, hay pibes haciendo la historia. Los papeles tristes serán para otra época, habrá que escribir a partir del sábado el mito que funda a este grupo de héroes. Habrá que dejar atrás la mitomanía publicitaria que no supo leer el destino ni las derrotas. Habrá que luchar, embarrarse, mirarse embarrado asumir que somos esto: jugadores imperfectos en busca de la gloria. Y habrá que asumir que esa gloria se construye con derrotas como la sufrida contra Brasil y con oportunidades como la del partido contra Chile. Asumir que el origen barroso, oscuro, de alcantarilla de Cruz se conecta profundamente con su destino heroico y libertario. Habrá que asumir que la derrota contra Brasil se conectará luego con la gloria. Un último dato: la gloria de Cruz es ese momento único e irrepetible en que cambia de bando y defiende al perseguido. Esa es su cúspide. Lo que viene después es conocido, el exilio, la afrenta, la tortura, la soledad y la muerte. Es que los héroes nacen para levantar una copa del mundo y luego derrapar por la cuesta de la memoria eterna de ese momento, porque ningún héroe se asienta en la gloria.