Eso no se vale
Una reflexión jugada en tiempos de tomas y piquetes.
Por Piero Ronconi
El grito enojado de “eso no se vale” es también frecuente en muchas de nuestras clases, escuelas y clubes. La frase es clara y contundente. Se rompió el acuerdo. Alguien decide salir del juego porque otro -sin mediar palabra- cambió las reglas (o no las cumple en su beneficio). El niño o niña perjudicada busca amparo: “así no se puede jugar” sentencia tristemente. La injusticia rompe la ilusión y el mundo mágico se desvanece. Es que las reglas del juego son pactadas de antemano por los jugadores y jugadoras y es ese carácter voluntario lo que hace del juego un espacio democrático. Aceptamos las reglas antes de comenzar a jugar y nos sometemos a ellas durante el tiempo y espacio del juego. Sencillamente, completamente.
En medio de una gran crisis provincial, muchas son las voces que comienzan a escucharse. Angustia, dolor, bronca, decepción, enojo y desesperación abundan. Cada vez las risas son menos, y menos aún en los sectores populares y trabajadores.
Dejando de lado discursos poco inteligentes del tipo “vagos vayan a trabajar”, que -por cierto- solo dan cuenta de la corta visión y entendimiento de quien las esgrime, algunas voces discuten las formas, las medidas que se deciden en asambleas de los y las trabajadores estatales (también cuando jugamos aprendemos y decidimos colectivamente). Pero, aquí lo paradójico, se discuten con fervor y énfasis las formas de aquellos/as que quedaron o están quedando fuera del juego. Es como aquel niño/a que luego de enojarse y gritar “eso no se vale”, esperó –al borde del llanto- el final del recreo llegando a su casa sin querer volver a esa institución que lo descuida. O, como ese otro que, enojado por la trampa de su compañero más grande, decidió golpearlo a la vista de un adulto quien no duda en sancionarlo con severidad.
Lejos de incitar a la violencia, este escrito propone que la situación necesita revertirse con urgencia. Y para ello, es preciso ver y analizar el revés de la trama. Esa trama de injusticias, de grandes y chicos, de poderosos y débiles, de los que siguen jugando y de los que ya no pueden hacerlo.
Nadie discute ya ese revés donde unos pocos siguen ganando mucho, y muchos cada vez ganan menos. Las “tomas”, el corte de ruta y otras medidas son discutibles pero, en todo caso, eso puede hacerse luego de analizar qué hace el garante de la democracia en este juego. Es decir, quien fija las reglas y debe hacer que éstas se cumplan. En el juego se funda un orden democrático; en el caos no se puede jugar. No hay juego sin reglas. Si creemos en el juego y, por ende, en la democracia que lo sustenta, entonces es preciso que, antes de enojarnos con los y las docentes (o cualquier trabajador/a), revisemos qué hacen los responsables políticos (aquellos elegidos como parte de este mismo juego) y cuáles son las reglas de las que se exige cumplimiento y cuáles parecen haber sido olvidadas.
Es que, como nos invita a pensar una estudiosa del juego y la educación[1], parece que estamos viviendo en “Alicia en el país de las maravillas” donde la Reina dispone de las reglas del juego a su antojo y beneficio con el sólo objeto de ganar la partida. En la rotonda la patota rompió el juego y ya no se puede jugar pero, por cierto, más que mirar a los jugadores/as, la perversión y pura responsabilidad es de los que se creen dueños de la pelota.
Piero Ronconi: Magíster en Educación Física y Deporte (Universidad Nacional de Avellaneda), Profesor de Educación Física (ISEF N° 1 “Dr E. Romero Brest”) y Técnico en Tiempo Libre y Recreación (ISTLYR). Actualmente trabaja en el ISFD N° 810 y en ISFD N°802 así como en la Escuela N° 797 Orientación en Educación Física.
[1] Graciela Scheines, en su libro “Juegos Inocentes, Juegos Terribles”, refiere al juego como un orden que se funda y utiliza el ejemplo de Alicia en el País de las Maravillas.