En tiempos donde los jóvenes y adolescentes son (mala) noticia, es preciso pensar cómo y qué se aprende en el tiempo libre. Tal vez, más allá de los “niños ricos” o los “pibes chorros”, la salida es con todos (adentro).

Por Piero Ronconi / Especial PDC

Llegan las vacaciones y en las playas aparecen los colectivos llenos, bajan cientos de niños y niñas. También adolescentes y adultos disfrutan en parques e instalaciones públicos y privadas. El verano parece ser de todos, el tiempo de todas. Juegos, canciones, talleres y caminatas. Pantallas, bailes, fogones, almuerzos y meriendas.

Imágenes que contrastan con hogares donde el salario no ha llegado, provincia rica sin dinero que golpea a los más débiles aún si están tirados en el suelo. Triste noticia en Gualjaina, al “Doctor” tampoco se lo respeta.

La paulatina democratización del tiempo libre, esa posibilidad de acceso que ya no es sólo para una elite o minoría, nos exige como sociedad poner en valor las propuestas educativas y deportivas. Su potencia es enorme. Las actividades en el tiempo libre pueden reproducir las lógicas dominantes o también invitarnos a imaginar y vivir otras formas de relacionarnos, a compartir y convivir con otros, a respetar los tiempos y el juego del resto. A encontrar en ese adulto/a, un referente.

La participación es un derecho y, al mismo  tiempo, una práctica que tiene lugar en un tiempo y espacio: las colonias, las plazas, los centros barriales y culturales, los clubes, las playas y los cerros, los cines y teatros. Espacios públicos y privados que habilitan a jugar, divertirnos, descansar y desarrollarnos.

Pensar cómo se aprende  y qué se aprende en el tiempo libre se presenta como necesidad en una sociedad que, como dice un intelectual francés, prefiere la desigualdad aunque diga lo contrario.[1] Y, siguiendo este argumento, no sólo debemos actuar por nuestra libertad y la igualdad, sino también no perder de vista aquello que nos une o, mejor dicho: fraternidad, fraternidad, fraternidad.

Sin pensar el tiempo libre como ocioso o improductivo, las vacaciones pueden ser un lugar donde sentirse cuidado, donde la solidaridad y la ternura nunca falten, el tiempo de pensar y vivir con quiénes se aprende: con los pares, con los otros.

No es tan lejos, todavía no terminó el verano.

Piero Ronconi: Magíster en Educación Física y Deporte (Universidad Nacional de Avellaneda), Profesor de Educación Física (ISEF N° 1 “Dr. E. Romero Brest”) y Técnico en Tiempo Libre y Recreación (ISTLYR). Actualmente trabaja en el ISFD N° 810 y en ISFD N°802 así como en la Escuela N° 797 Orientación en Educación Física.

[1] Dubet, F (2015) ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario). Primera Edición. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.