A 10 kilómetros de una corazonada
Ezequiel Izurieta es el volante central del Club Social y Deportivo Laprida de Comodoro Rivadavia. Hoy, los botines y las vendas están bien guardadas en el armario. Cambió los cortos por un barbijo y el átomo desinflamante por estos días es el alcohol en gel. “Chuky”, como lo conocen popularmente, trabaja en los controles sanitarios por el coronavirus y está a punto de perder un partido realmente valioso.
Por Facundo Paredes
Ezequiel se parece a Jesse Pinkman cuando cocina metanfetamina en Breaking Bad. Mameluco, guantes de látex y barbijo. Por supuesto que Ezequiel no vende drogas y su compañero no es Walter White. Al contrario, está rodeado de gendarmes y policías y lucha contra un enemigo invisible.
Son las cinco de la tarde. Primer viernes de abril. Ezequiel es empleado de la Municipalidad de Comodoro Rivadavia y entró hace dos horas a su lugar de trabajo, el Módulo Norte, uno de los puntos de acceso de la ciudad. La pantalla bloqueada del celular marca 22 grados y que el viento sopla del noroeste a una velocidad de 44 kilómetros por hora.
-Pará que estoy acomodando los papeles, si se me llega a volar uno, ¿sabés a dónde lo voy a tener que buscar? Ta loco el gendarme, para qué me viene a apurar.
-Si se volaba tenías que irte no sé a dónde…
El camionero tiene pinta de camionero. Grandote -ocupa más de la mitad de la ventanilla- y con voz de relator de fútbol. O de boxeo, porque tiene una gorrita de “Paso Plano”, un club de Bahía Blanca, donde guantean de manera recreativa. Ezequiel le toma la declaración jurada. Es el encargado del control sanitario por el coronavirus, pregunta qué tipo de cargamento traslada en el camión, si tiene algún síntoma, fiebre, dolor de cabeza o de garganta, dificultades para respirar, y le pide una firma.
Me presento y le pregunto al camionero si le puedo sacar una foto junto a Ezequiel para esta crónica. Acepta amablemente y tira: “voy a ser más famoso que mi sobrino”.
-¿Quién es tu sobrino? -preguntamos, al mismo tiempo, con Ezequiel-
-Gabriel Mercado.
-¿Mercado es hincha de River? -repregunta Ezequiel-
-Ese no es hincha de nadie. Bah, es de Racing, porque salió de ahí.
Dudamos con Ezequiel. ¿Pero por qué nos mentiría? ¿O por qué no mentiría? Mi sospecha proviene de las ciudades. El defensor que ganó la Libertadores con River en 2015 y que jugó el Mundial de Rusia 2018 es de Puerto Madryn, unos 450 kilómetros más arriba de Comodoro. Y el camionero viene de la provincia de Buenos Aires. Pero… ¿quién no tiene un familiar en otra parte del país? Le pregunto por su nombre al camionero, él me pregunta en qué medio va a salir la nota. Respondo. El camionero, que aún no sé cómo se llama, me pide que le anote el nombre de la web porque se va a olvidar, así busca la nota. Sospecho más aún porque no me dijo su nombre. Se despide cordialmente e ingresa a Comodoro.
Chubut es la única provincia de la Patagonia que no registra, hasta el momento, casos de COVID-19. Catamarca y Formosa son las otras dos que tienen el marcador en cero.
Ezequiel tiene 26 años y desde principio de 2020 es padre de Milo, su primer hijo. Junto a María Eugenia, la madre, decidieron que el bebé que cumple en unos días tres meses no reciba visitas por cuestiones de seguridad ante esta pandemia mundial. Lógico. Ezequiel revisa a decenas de personas desconocidas que entran a Comodoro.
-Me estoy exponiendo mucho, por eso no lo veo. Uno como padre quiere estar todo el día al lado de él. Disfrutarlo, verlo. Es triste, pero a la vez estoy contento, porque estamos haciendo un esfuerzo por el bien de mi nene.
Las dudas -como la que tuvimos con el supuesto tío de Mercado- y las contradicciones nos hacen más humano de lo que somos. Ezequiel coincide con la decisión que tomó el presidente Alberto Fernández, la de extender la cuarentena obligatoria para evitar la propagación del virus, aunque se sumen los días sin poder ver a Milo. Afirma que son tiempos de tener empatía y pensar en los demás.
A las 23 horas sale del trabajo y vuelve a su casa del barrio Próspero Palazzo. Ezequiel tiene un diagrama de 6x2: seis días laborales y dos franco. Turnos rotativos. Pero desde que comenzó con el control sanitario trabaja todos los días.
-Hace dos semanas vengo de corrido. Estoy aprovechando y haciendo horas extras.
-¿Eso lo manejás vos?
-Sí, sí. Es opcional. Pero bueno, entre quedarme en mi casa e ir al laburo prefiero ir al laburo por el bien de mi hijo.
Ezequiel es el volante central de Laprida. El equipo del “Far West” aún no jugó ningún partido oficial de la liga comodorense. Primero, porque la primera fecha del torneo se suspendió por los fuertes vientos. No es por nada que Comodoro no usa el paraguas cuando llueve. Y, segundo, por el coronavirus. De igual modo, el futbolista no extraña la pelota. O sí, pero no tanto. Su cabeza está puesta en Milo y en nada más. No le importa si Edgardo Chazampi, entrenador de Laprida, está armando el once para el regreso a las canchas y no lo tiene en cuenta.
Lo que sí le importa es que su suegro “Pepe” Alvino, uno de los DT más ganadores que tuvo Laprida, no convenza a Milo para que se haga hincha del “Verde”. Milo vive con la familia de su madre en el barrio de Laprida, a pocas cuadras de la cancha verde y blanca. Ezequiel es fanático del Club Atlético General Saavedra, equipo de barrio que se agranda cada vez que menciona a Víctor Hugo Doria, jugador que surgió de la cantera. Doria (defensor central, más de 1,85 mts, aguerrido, regio) debutó en “Los Matadores”, el San Lorenzo de 1968 que se convirtió en el primer campeón invicto del fútbol argentino en la era profesional, se hizo ídolo del Sporting de Gijón, donde jugó diez años, y es uno de los fundadores de la Comisión de Actividades Infantiles, el semillero patagónico.
Milo es un bebé. Pero un bebé de los miles que, sin saberlo, está por tomar una decisión que cambiará su vida. En un futuro, depende de qué equipo sea, puede tener más alegrías que tristezas. No lo sabemos. Nadie lo sabe.
La locura por el equipo de los amores se refleja de varias formas. Ezequiel tiene tatuado el escudo de Saavedra. Por eso, no ve la hora de que esta pandemia termine de una buena vez por todas y pueda recorrer los 10 kilómetros que hay desde su casa hasta la de su mujer para reencontrarse con su hijo. Lo que más quiere hacer es decirle cuánto lo extrañaba, cuánto lo ama y, también, comprobar si llegó a tiempo. O si su suegro le ganó de mano.